PRUEBAS DE APTITUD VERBAL
medirán tu habilidad y la calidad de desenvolvimiento después de haber practicado en clases. Profe. Wuelinton Gavilanes
PRUEBAS DE APTITUD VERBAL - VOCABULARIO
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Wuelinton (Visitante) |
Abjurar Zurrar Zozobra Abocarse Felón Feligrés Abroquelado Absorto Abyecto Acanalado Acerbo Acertijo Acérrimo Ubérrimo Turbión Tutelar Urdimbre Ufano Ubicuo Tórrido Quimera Raído Póstumo Pipiolo Ignoto Enseres Embaular Edil Distar Dilapidar Desleír Desbrozar Desbocado Clemencia Colosal Chepa Chamusquina Chirumen Chic Barraca Bohío Cerril Pleonasmo Puchero Proverbio Plusvalía Fascículo Pináculo Pifiar Latrocinio Patrocinio Ignaro Hozar Docto Dogma Dolo Perquirir Inoperante Golfo Opimo Ahíto Hito Vacuo Cáfila Endilgar Grumete Carantoña Cimitarra Barbilindo Celestina Búcaro Estela Precintar Bifurcación Abulia Sectario: Discernir: Tacaño: Avidez: Obsoleto: Utópico: Flexible: Anacrónico: Inverosímil: Despilfarrar: Irreflexivo: Lacerado: Declive: Batahola: Pignorar: Extranjero: Zócalo: Segregar: Maña: Homologo: Abadía: Bueno: Indultar: Apocado: Rimbombar: Arredrar: Neófito: Celebérrimo: Tuétano: Homilía: Abrir: Cordura: Discriminar: Inacción: Denigrar: Malo: Astuto: Igual: Opíparo: Despilfarrar: Óbito: Jarifo: Absorber: Glotonería: Beodo: Belicoso: Génesis: Crápula: Hosco: Infringir: Zángano: Bisoño: Prebenda: Adiposo: Beldad: Substraer: Dudar: Lascivo: Obliterar: Lozano: Altruista: Saturar: Gandul: Trolero: Comprar: Hacer: Apenado: Adquirir: Armar: Mentiroso: Valido: Sandio: Perplejo: Taciturno: Pérfido: Abrupto: Mácula Enhiesto Indigente Oriundo Blindado Camelar Degollina Modorra Trémulo Melifluo Sopesar Mustio Utócrata Brega Perquirir Cuita Heraldo Cicerone Desdeñar Cimitarra: Celo: Cortijo: Falacia: Marimorena: Propósito: Requisa: Vástago: Caletre: Sátrapa: Parangón Cautivo Encomiar Rastrear Limo Contumaz Inefable Tabú Indómito Moratoria Casta Timorato Somero Estratagema Oblongo Contrición Vindicta Convulsión Febril Caldeado Venia Sedentario Catar Candorosa Comadreo Garantizar Saturado Disidente Abandonado Abaldonado: Caótico Abigarrado Admonición Adusto Aletargar Bufo Cabriola Cachaza Cadalso Carantoñas Cerril Incauto Latrocinio Precedente Adverso Vigente Altanero Lascivo Dogma Vaho Azuzar Batuta Jovial Soliloquio Manumitir Galeote Dádiva Generoso Tirano Amnistía Postergar Abolengo Eximir Glotón Enfermo Jactancia Pulcro Misógeno Saber Preguntar Husmear Calología Secundar Fisonomía Apatía Fraccionar Vivero Recua Nefrología Meollo Meollo Vergel Ninfómana Cleptómano Dipsómano Garlopa Pértiga Pinacoteca Bibliófilo Concubinato Filatelia Numismática Escatología Neumatologia Antropología Soteriología Senectud Mancebo | |||
Wuelinton (Visitante) |
En el fondo, la conquista no sólo es el génesis, es también el apocalipsis supremo de todos los Estados grandes o pequeños, poderosos o débiles, despóticos o liberales, monárquicos o aristocráticos, democráticos y socialistas también, suponiendo que el ideal de los socialistas alemanes, el de un gran Estado comunista, se realice alguna vez. Que ella fue el punto de partida de todos los Estados, antiguos y modernos, no podrá ser puesto en duda por nadie, puesto que cada página de la historia universal lo prueba suficientemente. Nadie entorpecerá tampoco que los grandes Estados actuales tienen por objeto, más o menos confesado, la conquista. Pero los Estados medianos y sobre todo los pequeños, se dirá, no piensan más que en defenderse y sería ridículo por su parte soñar en la conquista. Todo lo cachondo que se quiera, pero sin embargo es su sueño, como el sueño del más crío agreste propietario es redondear sus tierras en detrimento del vecino; redondearse, crecer, conquistar a todo precio y siempre, es una tendencia fatalmente inherente a todo Estado, cualquiera que sea su extensión, su extenuación o su lozanía, porque es una necesidad de su naturaleza. ¿Qué es el Estado, si no es la organización del poder? Pero está en la naturaleza de todo poder la imposibilidad de soportar un privilegiado o un igual, pues el poder no tiene otro objeto que la dominación, y la dominación no es real más que cuando le está sometido todo lo que la obstaculiza; ningún poder tolera otro más que cuando está obligado a ello, es decir, cuando se siente impotente para destruirlo o derribarlo. El solo hecho de un poder igual es una negación de su principio y una amenaza perpetua contra su existencia; porque es una manifestación y una prueba de su impotencia. Por consiguiente, entre todos los Estados que existen uno junto al otro, la guerra es permanente y su paz no es más que una tregua. Está en la naturaleza del Estado el presentarse tanto con relación a sí mismo como frente a sus súbditos, como el objeto absoluto. Servir a su prosperidad, a su grandeza, a su poder, esa es la virtud suprema del patriotismo. El Estado no reconoce otra, todo lo que le sirve es bueno, todo lo que es contrario a sus intereses es declarado criminal; tal es la moral de los Estados. Pero en tanto que existe, tiene un principio que le es inherente y que hace que sea precisamente lo que es: es ese principio el que constituye, en relación a ella, lo absoluto. Los animales feroces, que ocupan incontestablemente el rango más elevado, son individualistas en un grado supremo. El hombre, animal feroz por excelencia, es el más individualista de todos. Pero al mismo tiempo –y este es uno de sus rasgos distintivos- es eminente, instintiva y fatalmente socialista. Esto es de tal modo verdadero que su inteligencia misma, que lo hace tan superior a todos los seres vivos y que lo constituye en cierto modo en el amo de todos, no puede desarrollarse y llegar a la conciencia de sí mismo más que en sociedad y por el concurso de la colectividad eterna. En el fondo, la conquista no sólo es el génesis, es también el apocalipsis supremo de todos los Estados grandes o pequeños, poderosos o débiles, despóticos o liberales, monárquicos o aristocráticos, democráticos y socialistas también, suponiendo que el ideal de los socialistas alemanes, el de un gran Estado comunista, se realice alguna vez. Que ella fue el punto de partida de todos los Estados, antiguos y modernos, no podrá ser puesto en duda por nadie, puesto que cada página de la historia universal lo prueba suficientemente. Nadie entorpecerá tampoco que los grandes Estados actuales tienen por objeto, más o menos confesado, la conquista. Pero los Estados medianos y sobre todo los pequeños, se dirá, no piensan más que en defenderse y sería ridículo por su parte soñar en la conquista. Todo lo cachondo que se quiera, pero sin embargo es su sueño, como el sueño del más crío agreste propietario es redondear sus tierras en detrimento del vecino; redondearse, crecer, conquistar a todo precio y siempre, es una tendencia fatalmente inherente a todo Estado, cualquiera que sea su extensión, su extenuación o su lozanía, porque es una necesidad de su naturaleza. ¿Qué es el Estado, si no es la organización del poder? Pero está en la naturaleza de todo poder la imposibilidad de soportar un privilegiado o un igual, pues el poder no tiene otro objeto que la dominación, y la dominación no es real más que cuando le está sometido todo lo que la obstaculiza; ningún poder tolera otro más que cuando está obligado a ello, es decir, cuando se siente impotente para destruirlo o derribarlo. El solo hecho de un poder igual es una negación de su principio y una amenaza perpetua contra su existencia; porque es una manifestación y una prueba de su impotencia. Por consiguiente, entre todos los Estados que existen uno junto al otro, la guerra es permanente y su paz no es más que una tregua. Está en la naturaleza del Estado el presentarse tanto con relación a sí mismo como frente a sus súbditos, como el objeto absoluto. Servir a su prosperidad, a su grandeza, a su poder, esa es la virtud suprema del patriotismo. El Estado no reconoce otra, todo lo que le sirve es bueno, todo lo que es contrario a sus intereses es declarado criminal; tal es la moral de los Estados. Pero en tanto que existe, tiene un principio que le es inherente y que hace que sea precisamente lo que es: es ese principio el que constituye, en relación a ella, lo absoluto. Los animales feroces, que ocupan incontestablemente el rango más elevado, son individualistas en un grado supremo. El hombre, animal feroz por excelencia, es el más individualista de todos. Pero al mismo tiempo –y este es uno de sus rasgos distintivos- es eminente, instintiva y fatalmente socialista. Esto es de tal modo verdadero que su inteligencia misma, que lo hace tan superior a todos los seres vivos y que lo constituye en cierto modo en el amo de todos, no puede desarrollarse y llegar a la conciencia de sí mismo más que en sociedad y por el concurso de la colectividad eterna. | |||
Wuelinton (Visitante) |
El parangón entre fe y religión instauran, desde el punto de vista teológico, una cuestión de gran urbanidad y que tiene larga historia en Occidente. Ya hemos indicado la analogía, al parecer paradójica, que se entabla entre la vigencia del secularismo y la nueva aparición de lo hierático, manifestada en el esparcimiento de las sectas y de las neo tendencias religiosas: este hecho nos remite a la dialéctica continua entre fe y religión. Desde un punto de vista católico hay que decir que la religión, la actitud religiosa, la virtud de religión como relación ejercida con el todopoderoso es un modo connatural al hombre de manifestar la fe. Por eso no asentimos una dialéctica de tipo luterano entre fe y religión, que tiende a descalificar la expresión religiosa como algo perteneciente al orden de la ley y de las obras y ajeno a la fe que justifica. Este embarazo debe ser ente de una reflexión muy metódica, porque Juan Pablo II ha destacado, en la perorata inaugural de Santo Domingo, que muchas veces nuestros rebaños van a escrutar en las hermandades una religiosidad, esto es un sentido de Dios, una experiencia de Dios, que no encuentran vivida por nuestros agentes pastorales y por nuestras comunidades. Esto se debe, indudablemente, a las consecuencias del secularismo que también ha penetrado en la Iglesia. Desde hace muchísimo tiempo se ha ido infiltrando la mentalidad propia de la Ilustración, que es característica de la cultura moderna y que ha conducido a una reducción del carácter sobrenatural del cristianismo, a una vacuidad de su realidad mistérica. Está muy propalada, por ejemplo, la reducción ética, asistencial, de la salvación cristiana, en clave horizontalista.. Muchos de nuestros devotos tienen como aletargada su conciencia de relación con Dios y viven sumergidos en el materialismo, y hasta en el ateísmo práctico. No han elaborado, no han llevado a maduración su sentido de Dios. Su fe es quizá una lejana referencia teórica a las verdades del catolicismo o a ciertos principios de moral natural, pero les ha faltado la experiencia vivida del Espíritu y esa vida sacramental que debía alimentar en ellos la relación íntima con Dios. El parangón entre fe y religión instauran, desde el punto de vista teológico, una cuestión de gran urbanidad y que tiene larga historia en Occidente. Ya hemos indicado la analogía, al parecer paradójica, que se entabla entre la vigencia del secularismo y la nueva aparición de lo hierático, manifestada en el esparcimiento de las sectas y de las neo tendencias religiosas: este hecho nos remite a la dialéctica continua entre fe y religión. Desde un punto de vista católico hay que decir que la religión, la actitud religiosa, la virtud de religión como relación ejercida con el todopoderoso es un modo connatural al hombre de manifestar la fe. Por eso no asentimos una dialéctica de tipo luterano entre fe y religión, que tiende a descalificar la expresión religiosa como algo perteneciente al orden de la ley y de las obras y ajeno a la fe que justifica. Este embarazo debe ser ente de una reflexión muy metódica, porque Juan Pablo II ha destacado, en la perorata inaugural de Santo Domingo, que muchas veces nuestros rebaños van a escrutar en las hermandades una religiosidad, esto es un sentido de Dios, una experiencia de Dios, que no encuentran vivida por nuestros agentes pastorales y por nuestras comunidades. Esto se debe, indudablemente, a las consecuencias del secularismo que también ha penetrado en la Iglesia. Desde hace muchísimo tiempo se ha ido infiltrando la mentalidad propia de la Ilustración, que es característica de la cultura moderna y que ha conducido a una reducción del carácter sobrenatural del cristianismo, a una vacuidad de su realidad mistérica. Está muy propalada, por ejemplo, la reducción ética, asistencial, de la salvación cristiana, en clave horizontalista.. Muchos de nuestros devotos tienen como aletargada su conciencia de relación con Dios y viven sumergidos en el materialismo, y hasta en el ateísmo práctico. No han elaborado, no han llevado a maduración su sentido de Dios. Su fe es quizá una lejana referencia teórica a las verdades del catolicismo o a ciertos principios de moral natural, pero les ha faltado la experiencia vivida del Espíritu y esa vida sacramental que debía alimentar en ellos la relación íntima con Dios. El parangón entre fe y religión instauran, desde el punto de vista teológico, una cuestión de gran urbanidad y que tiene larga historia en Occidente. Ya hemos indicado la analogía, al parecer paradójica, que se entabla entre la vigencia del secularismo y la nueva aparición de lo hierático, manifestada en el esparcimiento de las sectas y de las neo tendencias religiosas: este hecho nos remite a la dialéctica continua entre fe y religión. Desde un punto de vista católico hay que decir que la religión, la actitud religiosa, la virtud de religión como relación ejercida con el todopoderoso es un modo connatural al hombre de manifestar la fe. Por eso no asentimos una dialéctica de tipo luterano entre fe y religión, que tiende a descalificar la expresión religiosa como algo perteneciente al orden de la ley y de las obras y ajeno a la fe que justifica. Este embarazo debe ser ente de una reflexión muy metódica, porque Juan Pablo II ha destacado, en la perorata inaugural de Santo Domingo, que muchas veces nuestros rebaños van a escrutar en las hermandades una religiosidad, esto es un sentido de Dios, una experiencia de Dios, que no encuentran vivida por nuestros agentes pastorales y por nuestras comunidades. Esto se debe, indudablemente, a las consecuencias del secularismo que también ha penetrado en la Iglesia. Desde hace muchísimo tiempo se ha ido infiltrando la mentalidad propia de la Ilustración, que es característica de la cultura moderna y que ha conducido a una reducción del carácter sobrenatural del cristianismo, a una vacuidad de su realidad mistérica. Está muy propalada, por ejemplo, la reducción ética, asistencial, de la salvación cristiana, en clave horizontalista.. Muchos de nuestros devotos tienen como aletargada su conciencia de relación con Dios y viven sumergidos en el materialismo, y hasta en el ateísmo práctico. No han elaborado, no han llevado a maduración su sentido de Dios. Su fe es quizá una lejana referencia teórica a las verdades del catolicismo o a ciertos principios de moral natural, pero les ha faltado la experiencia vivida del Espíritu y esa vida sacramental que debía alimentar en ellos la relación íntima con Dios. |
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