RAZONAMIENTO VERBAL
WUELINTON GAVILANES COLOMA

PRUEBAS DE APTITUD VERBAL



medirán tu habilidad y la calidad de desenvolvimiento después de haber practicado en clases. Profe. Wuelinton Gavilanes

PRUEBAS DE APTITUD VERBAL - VOCABULARIO

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Wuelinton (Visitante)
23-06-2014 00:26 (UTC)[citar]
Abjurar
Zurrar
Zozobra
Abocarse
Felón
Feligrés
Abroquelado
Absorto
Abyecto
Acanalado
Acerbo
Acertijo
Acérrimo
Ubérrimo
Turbión
Tutelar
Urdimbre
Ufano
Ubicuo
Tórrido
Quimera
Raído
Póstumo
Pipiolo
Ignoto
Enseres
Embaular
Edil
Distar
Dilapidar
Desleír
Desbrozar
Desbocado
Clemencia
Colosal
Chepa
Chamusquina
Chirumen
Chic
Barraca
Bohío
Cerril
Pleonasmo
Puchero
Proverbio
Plusvalía
Fascículo
Pináculo
Pifiar
Latrocinio
Patrocinio
Ignaro
Hozar
Docto
Dogma
Dolo
Perquirir
Inoperante
Golfo
Opimo
Ahíto
Hito
Vacuo
Cáfila
Endilgar
Grumete
Carantoña
Cimitarra
Barbilindo
Celestina
Búcaro
Estela
Precintar
Bifurcación
Abulia
Sectario:
Discernir:
Tacaño:
Avidez:
Obsoleto:
Utópico:
Flexible:
Anacrónico:
Inverosímil:
Despilfarrar:
Irreflexivo:
Lacerado:
Declive:
Batahola:
Pignorar:
Extranjero:
Zócalo:
Segregar:
Maña:
Homologo:
Abadía:
Bueno:
Indultar:
Apocado:
Rimbombar:
Arredrar:
Neófito:
Celebérrimo:
Tuétano:
Homilía:
Abrir:
Cordura:
Discriminar:
Inacción:
Denigrar:
Malo:
Astuto:
Igual:
Opíparo:
Despilfarrar:
Óbito:
Jarifo:
Absorber:
Glotonería:
Beodo:
Belicoso:
Génesis:
Crápula:
Hosco:
Infringir:
Zángano:
Bisoño:
Prebenda:
Adiposo:
Beldad:
Substraer:
Dudar:
Lascivo:
Obliterar:
Lozano:
Altruista:
Saturar:
Gandul:
Trolero:
Comprar:
Hacer:
Apenado:
Adquirir:
Armar:
Mentiroso:
Valido:
Sandio:
Perplejo:
Taciturno:
Pérfido:
Abrupto:
Mácula
Enhiesto
Indigente
Oriundo
Blindado
Camelar
Degollina
Modorra
Trémulo
Melifluo
Sopesar
Mustio
Utócrata
Brega
Perquirir
Cuita
Heraldo
Cicerone
Desdeñar
Cimitarra:
Celo:
Cortijo:
Falacia:
Marimorena:
Propósito:
Requisa:
Vástago:
Caletre:
Sátrapa:
Parangón
Cautivo
Encomiar
Rastrear
Limo
Contumaz
Inefable
Tabú
Indómito
Moratoria
Casta
Timorato
Somero
Estratagema
Oblongo
Contrición
Vindicta
Convulsión
Febril
Caldeado
Venia
Sedentario
Catar
Candorosa
Comadreo
Garantizar
Saturado
Disidente
Abandonado
Abaldonado:
Caótico
Abigarrado
Admonición
Adusto
Aletargar
Bufo
Cabriola
Cachaza
Cadalso
Carantoñas
Cerril
Incauto
Latrocinio
Precedente
Adverso
Vigente
Altanero
Lascivo
Dogma
Vaho
Azuzar
Batuta
Jovial
Soliloquio
Manumitir
Galeote
Dádiva
Generoso
Tirano
Amnistía
Postergar
Abolengo
Eximir
Glotón
Enfermo
Jactancia
Pulcro
Misógeno
Saber
Preguntar
Husmear
Calología
Secundar
Fisonomía
Apatía
Fraccionar
Vivero
Recua
Nefrología
Meollo
Meollo
Vergel
Ninfómana
Cleptómano
Dipsómano
Garlopa
Pértiga
Pinacoteca
Bibliófilo
Concubinato
Filatelia
Numismática
Escatología
Neumatologia
Antropología
Soteriología
Senectud
Mancebo









Wuelinton (Visitante)
23-06-2014 00:28 (UTC)[citar]
En el fondo, la conquista no sólo es el génesis, es también el apocalipsis supremo de todos los Estados grandes o pequeños, poderosos o débiles, despóticos o liberales, monárquicos o aristocráticos, democráticos y socialistas también, suponiendo que el ideal de los socialistas alemanes, el de un gran Estado comunista, se realice alguna vez. Que ella fue el punto de partida de todos los Estados, antiguos y modernos, no podrá ser puesto en duda por nadie, puesto que cada página de la historia universal lo prueba suficientemente. Nadie entorpecerá tampoco que los grandes Estados actuales tienen por objeto, más o menos confesado, la conquista. Pero los Estados medianos y sobre todo los pequeños, se dirá, no piensan más que en defenderse y sería ridículo por su parte soñar en la conquista. Todo lo cachondo que se quiera, pero sin embargo es su sueño, como el sueño del más crío agreste propietario es redondear sus tierras en detrimento del vecino; redondearse, crecer, conquistar a todo precio y siempre, es una tendencia fatalmente inherente a todo Estado, cualquiera que sea su extensión, su extenuación o su lozanía, porque es una necesidad de su naturaleza. ¿Qué es el Estado, si no es la organización del poder? Pero está en la naturaleza de todo poder la imposibilidad de soportar un privilegiado o un igual, pues el poder no tiene otro objeto que la dominación, y la dominación no es real más que cuando le está sometido todo lo que la obstaculiza; ningún poder tolera otro más que cuando está obligado a ello, es decir, cuando se siente impotente para destruirlo o derribarlo. El solo hecho de un poder igual es una negación de su principio y una amenaza perpetua contra su existencia; porque es una manifestación y una prueba de su impotencia. Por consiguiente, entre todos los Estados que existen uno junto al otro, la guerra es permanente y su paz no es más que una tregua. Está en la naturaleza del Estado el presentarse tanto con relación a sí mismo como frente a sus súbditos, como el objeto absoluto. Servir a su prosperidad, a su grandeza, a su poder, esa es la virtud suprema del patriotismo. El Estado no reconoce otra, todo lo que le sirve es bueno, todo lo que es contrario a sus intereses es declarado criminal; tal es la moral de los Estados. Pero en tanto que existe, tiene un principio que le es inherente y que hace que sea precisamente lo que es: es ese principio el que constituye, en relación a ella, lo absoluto. Los animales feroces, que ocupan incontestablemente el rango más elevado, son individualistas en un grado supremo. El hombre, animal feroz por excelencia, es el más individualista de todos. Pero al mismo tiempo –y este es uno de sus rasgos distintivos- es eminente, instintiva y fatalmente socialista. Esto es de tal modo verdadero que su inteligencia misma, que lo hace tan superior a todos los seres vivos y que lo constituye en cierto modo en el amo de todos, no puede desarrollarse y llegar a la conciencia de sí mismo más que en sociedad y por el concurso de la colectividad eterna.







En el fondo, la conquista no sólo es el génesis, es también el apocalipsis supremo de todos los Estados grandes o pequeños, poderosos o débiles, despóticos o liberales, monárquicos o aristocráticos, democráticos y socialistas también, suponiendo que el ideal de los socialistas alemanes, el de un gran Estado comunista, se realice alguna vez. Que ella fue el punto de partida de todos los Estados, antiguos y modernos, no podrá ser puesto en duda por nadie, puesto que cada página de la historia universal lo prueba suficientemente. Nadie entorpecerá tampoco que los grandes Estados actuales tienen por objeto, más o menos confesado, la conquista. Pero los Estados medianos y sobre todo los pequeños, se dirá, no piensan más que en defenderse y sería ridículo por su parte soñar en la conquista. Todo lo cachondo que se quiera, pero sin embargo es su sueño, como el sueño del más crío agreste propietario es redondear sus tierras en detrimento del vecino; redondearse, crecer, conquistar a todo precio y siempre, es una tendencia fatalmente inherente a todo Estado, cualquiera que sea su extensión, su extenuación o su lozanía, porque es una necesidad de su naturaleza. ¿Qué es el Estado, si no es la organización del poder? Pero está en la naturaleza de todo poder la imposibilidad de soportar un privilegiado o un igual, pues el poder no tiene otro objeto que la dominación, y la dominación no es real más que cuando le está sometido todo lo que la obstaculiza; ningún poder tolera otro más que cuando está obligado a ello, es decir, cuando se siente impotente para destruirlo o derribarlo. El solo hecho de un poder igual es una negación de su principio y una amenaza perpetua contra su existencia; porque es una manifestación y una prueba de su impotencia. Por consiguiente, entre todos los Estados que existen uno junto al otro, la guerra es permanente y su paz no es más que una tregua. Está en la naturaleza del Estado el presentarse tanto con relación a sí mismo como frente a sus súbditos, como el objeto absoluto. Servir a su prosperidad, a su grandeza, a su poder, esa es la virtud suprema del patriotismo. El Estado no reconoce otra, todo lo que le sirve es bueno, todo lo que es contrario a sus intereses es declarado criminal; tal es la moral de los Estados. Pero en tanto que existe, tiene un principio que le es inherente y que hace que sea precisamente lo que es: es ese principio el que constituye, en relación a ella, lo absoluto. Los animales feroces, que ocupan incontestablemente el rango más elevado, son individualistas en un grado supremo. El hombre, animal feroz por excelencia, es el más individualista de todos. Pero al mismo tiempo –y este es uno de sus rasgos distintivos- es eminente, instintiva y fatalmente socialista. Esto es de tal modo verdadero que su inteligencia misma, que lo hace tan superior a todos los seres vivos y que lo constituye en cierto modo en el amo de todos, no puede desarrollarse y llegar a la conciencia de sí mismo más que en sociedad y por el concurso de la colectividad eterna.



Wuelinton (Visitante)
23-06-2014 00:30 (UTC)[citar]
El parangón entre fe y religión instauran, desde el punto de vista teológico, una cuestión de gran urbanidad y que tiene larga historia en Occidente. Ya hemos indicado la analogía, al parecer paradójica, que se entabla entre la vigencia del secularismo y la nueva aparición de lo hierático, manifestada en el esparcimiento de las sectas y de las neo tendencias religiosas: este hecho nos remite a la dialéctica continua entre fe y religión. Desde un punto de vista católico hay que decir que la religión, la actitud religiosa, la virtud de religión como relación ejercida con el todopoderoso es un modo connatural al hombre de manifestar la fe. Por eso no asentimos una dialéctica de tipo luterano entre fe y religión, que tiende a descalificar la expresión religiosa como algo perteneciente al orden de la ley y de las obras y ajeno a la fe que justifica. Este embarazo debe ser ente de una reflexión muy metódica, porque Juan Pablo II ha destacado, en la perorata inaugural de Santo Domingo, que muchas veces nuestros rebaños van a escrutar en las hermandades una religiosidad, esto es un sentido de Dios, una experiencia de Dios, que no encuentran vivida por nuestros agentes pastorales y por nuestras comunidades. Esto se debe, indudablemente, a las consecuencias del secularismo que también ha penetrado en la Iglesia. Desde hace muchísimo tiempo se ha ido infiltrando la mentalidad propia de la Ilustración, que es característica de la cultura moderna y que ha conducido a una reducción del carácter sobrenatural del cristianismo, a una vacuidad de su realidad mistérica. Está muy propalada, por ejemplo, la reducción ética, asistencial, de la salvación cristiana, en clave horizontalista.. Muchos de nuestros devotos tienen como aletargada su conciencia de relación con Dios y viven sumergidos en el materialismo, y hasta en el ateísmo práctico. No han elaborado, no han llevado a maduración su sentido de Dios. Su fe es quizá una lejana referencia teórica a las verdades del catolicismo o a ciertos principios de moral natural, pero les ha faltado la experiencia vivida del Espíritu y esa vida sacramental que debía alimentar en ellos la relación íntima con Dios.

El parangón entre fe y religión instauran, desde el punto de vista teológico, una cuestión de gran urbanidad y que tiene larga historia en Occidente. Ya hemos indicado la analogía, al parecer paradójica, que se entabla entre la vigencia del secularismo y la nueva aparición de lo hierático, manifestada en el esparcimiento de las sectas y de las neo tendencias religiosas: este hecho nos remite a la dialéctica continua entre fe y religión. Desde un punto de vista católico hay que decir que la religión, la actitud religiosa, la virtud de religión como relación ejercida con el todopoderoso es un modo connatural al hombre de manifestar la fe. Por eso no asentimos una dialéctica de tipo luterano entre fe y religión, que tiende a descalificar la expresión religiosa como algo perteneciente al orden de la ley y de las obras y ajeno a la fe que justifica. Este embarazo debe ser ente de una reflexión muy metódica, porque Juan Pablo II ha destacado, en la perorata inaugural de Santo Domingo, que muchas veces nuestros rebaños van a escrutar en las hermandades una religiosidad, esto es un sentido de Dios, una experiencia de Dios, que no encuentran vivida por nuestros agentes pastorales y por nuestras comunidades. Esto se debe, indudablemente, a las consecuencias del secularismo que también ha penetrado en la Iglesia. Desde hace muchísimo tiempo se ha ido infiltrando la mentalidad propia de la Ilustración, que es característica de la cultura moderna y que ha conducido a una reducción del carácter sobrenatural del cristianismo, a una vacuidad de su realidad mistérica. Está muy propalada, por ejemplo, la reducción ética, asistencial, de la salvación cristiana, en clave horizontalista.. Muchos de nuestros devotos tienen como aletargada su conciencia de relación con Dios y viven sumergidos en el materialismo, y hasta en el ateísmo práctico. No han elaborado, no han llevado a maduración su sentido de Dios. Su fe es quizá una lejana referencia teórica a las verdades del catolicismo o a ciertos principios de moral natural, pero les ha faltado la experiencia vivida del Espíritu y esa vida sacramental que debía alimentar en ellos la relación íntima con Dios.

El parangón entre fe y religión instauran, desde el punto de vista teológico, una cuestión de gran urbanidad y que tiene larga historia en Occidente. Ya hemos indicado la analogía, al parecer paradójica, que se entabla entre la vigencia del secularismo y la nueva aparición de lo hierático, manifestada en el esparcimiento de las sectas y de las neo tendencias religiosas: este hecho nos remite a la dialéctica continua entre fe y religión. Desde un punto de vista católico hay que decir que la religión, la actitud religiosa, la virtud de religión como relación ejercida con el todopoderoso es un modo connatural al hombre de manifestar la fe. Por eso no asentimos una dialéctica de tipo luterano entre fe y religión, que tiende a descalificar la expresión religiosa como algo perteneciente al orden de la ley y de las obras y ajeno a la fe que justifica. Este embarazo debe ser ente de una reflexión muy metódica, porque Juan Pablo II ha destacado, en la perorata inaugural de Santo Domingo, que muchas veces nuestros rebaños van a escrutar en las hermandades una religiosidad, esto es un sentido de Dios, una experiencia de Dios, que no encuentran vivida por nuestros agentes pastorales y por nuestras comunidades. Esto se debe, indudablemente, a las consecuencias del secularismo que también ha penetrado en la Iglesia. Desde hace muchísimo tiempo se ha ido infiltrando la mentalidad propia de la Ilustración, que es característica de la cultura moderna y que ha conducido a una reducción del carácter sobrenatural del cristianismo, a una vacuidad de su realidad mistérica. Está muy propalada, por ejemplo, la reducción ética, asistencial, de la salvación cristiana, en clave horizontalista.. Muchos de nuestros devotos tienen como aletargada su conciencia de relación con Dios y viven sumergidos en el materialismo, y hasta en el ateísmo práctico. No han elaborado, no han llevado a maduración su sentido de Dios. Su fe es quizá una lejana referencia teórica a las verdades del catolicismo o a ciertos principios de moral natural, pero les ha faltado la experiencia vivida del Espíritu y esa vida sacramental que debía alimentar en ellos la relación íntima con Dios.

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